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Número 46º - Noviembre 2.003


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Mariana Martínez

Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum.

Mariana Martínez (1744-1812). Retrato de una compositora. Olga Pitarch y Sylvie Althaparro, sopranos. Real Compañía Ópera de Cámara. Director musical: Juan Bautista Otero. Puesta en escena: Juan Bautista Otero e Isidro Olmo. Festival de Otoño de Madrid. Real Coliseo de Carlos III. San Lorenzo de El Escorial, 1de noviembre de 2003.

Mariana Martínez (1744-1812) fue una reputada compositora del clasicismo, protegida de Pietro Metastasio, alumna de Franz Joseph Haydn, de Porpora y de Hasse, admirada por Mozart y Beethoven. Se trata de un personaje singular por su condición femenina y por su origen remotamente español. Pertenecía a una familia carlista que se trasladó desde Nápoles a Viena cuando el archiduque fue coronado emperador de Alemania. A pesar de su apellido, no hablaba español y su cultura era fundamentalmente cosmopolita. Sus composiciones responden a la moda de su época y presentan una buena factura. Este espectáculo, programado por el Festival de Otoño de Madrid, responde a una labor de rescate y de reivindicación, interesante y modesta, pero realizada con dignidad. Bajo el largo título Mariana Martínez (1744-1812), retrato de una compositora. De lo efímero, obsesivo e inalcanzable del amor: cantatas, sinfonía y concierto, el repertorio escogido nos da muestra de su quehacer en lo vocal y en lo instrumental. Cuatro cantatas escénicas a solo, con libreto de Metastasio, configuran el espectáculo teatral, que se completa con una sinfonía a modo de preludio y un concierto como intermedio. Las dos sopranos que alternaron en la interpretación de las cantatas, Olga Pitarch y Sylvie Athaparro,  estuvieron entregadas e hicieron buenas interpretaciones. Mostraron bellas voces y  arte  exacto, aunque una dicción no siempre comprensible.  Los músicos reunidos para formar la orquesta no eran malos, pero estuvieron desajustados. El director Juan Bautista Otero impuso cierto tedio y agravó los errores, impidiendo que aflorara el gracejo de las melodías, a pesar de la calidad de las cantantes y de las músicas. Su tarea como musicólogo e impulsor del proyecto es muy superior a su hacer como director. La puesta en escena fue aseada, pero estuvo encorsetada por una pretenciosidad  impropia para de unas cantatas y con exceso de movimientos injustificados. El vestuario  de Imma Rondan fue magnífico y dio mucho juego, aunque quedó mermado por la mala iluminación y unas pelucas de aquelarre. A pesar de estos fallos, el conjunto de la producción constituyó un estimable esfuerzo y un interesante homenaje a la compositora Mariana Martínez. El público lo escuchó todo con agrado y aplaudió con cortesía.

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