Revista mensual de publicación en Internet
Número 44º - Septiembre 2.003


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MÚSICA EN EL PUERTO 

Por Fernando López Vargas-Machuca.

Merece la pena insistir en la necesidad de que se fomenten los eventos musicales veraniegos. Y no nos referimos tanto a los grandes festivales que todos tenemos en mente como a las propuestas más modestas  que se ofrecen al hilo de alguna pequeña iniciativa pública o privada: ya que en las grandes ciudades parece imposible realizar una mínima actividad concertística, al menos en los puntos costeros los veraneantes pueden acceder a propuestas cuya calidad puede ser mayor o menor, pero que resultan siempre apetecibles y entretenidas, amén de muy adecuadas para despertar la pasión por la música entre el personal que no sabe muy bien cómo pasar las largas y calurosas veladas tras un día de playa.

En la localidad gaditana de El Puerto de Santa María -a la que, como es bien sabido, está dedicada una de las páginas de la Iberia de Albéniz- son ya nada menos que trece ediciones las que lleva tras sus espaldas el Ciclo de Música "Castillo de San Marcos". Lo organizan las bodegas Luis Caballero en el patio de un excepcional inmueble de su propiedad: nada menos que el templo-fortaleza erigido, reaprovechando una antigua mezquita califal allí existente, por el ilustre monarca castellano Alfonso X El Sabio, en unas circunstancias que narran -revistiendo los hechos de ropaje milagroso- las famosas Cantigas de Santa María. Un marco de singular belleza en el que resulta todo un placer escuchar un nocturno de Chopin o un fragmento de Rigoletto, y más si acompaña la brisa de poniente y si al terminar la velada se obsequia con pinchos, canapés y vino abundante a los concurrentes. 

Ni que decir tiene que un ciclo de presupuesto tan limitado como éste no puede hacer desfilar a grandes estrellas internacionales. No obstante, sí congrega a intérpretes capaces de ofrecer dignas e incluso muy notables veladas musicales. Es el caso del recital lírico que clausuraba el pasado 28 de agosto la última edición. Con el acompañamiento -decepcionante, a decir verdad- del experimentado Juan Antonio Álvarez Parejo, cuatro voces españolas de cierto relieve hicieron las delicias del personal con populares páginas de ópera y zarzuela entre las que se incluían O mio babbino caro, Una voce poco fa, Flor Roja, el cuarteto de Rigoletto y el inefable dúo de La Revoltosa: Cecilia Lavilla, Lola Casariego, Luis Dámaso y Federico Gallar.

Admirable la mezzo ovetense, un instrumento de extraordinaria riqueza, bello y pastoso, al servicio de una intérprete temperamental que sabe ser sensible, matizar adecuadamente y -en Rossini- ornamentar con inteligencia, por no hablar de sus proverbiales gracejo y picardía en zarzuela que puso de manifiesto con su inmejorable Canción de Paloma (de El Barberillo de Lavapiés). Buena voz, gran elegancia y encomiable entrega la de Dámaso, quien en el dúo barítono-tenor de La Bohème nos recordó su espléndida actuación de hace unos años en el Villamarta.

En el mismo teatro jerezano es presencia habitual la del barítono Federico Gallar, estupendo intérprete -por voz, estilo y talento teatral- para el repertorio de zarzuela, lo que volvió a demostrar sobradamente en este recital. Por el contrario, su tosco y escasamente idiomático Verdi deja bastante que desear. La menos satisfactoria de cuatro voces fue la de la por lo demás desenvuelta y voluntariosa Cecilia Lavilla Berganza. Y no por falta de musicalidad ni de esfuerzo (debe de haber trabajado duramente junto a su insigne progenitora), sino por la evidente escasez de materia prima vocal.

Sea como fuere, se trató de una velada de notable nivel musical -muy alto en las intervenciones de Dámaso y, sobre todo, Casariego- que hizo al respetable pasárselo en grande y aplaudir a rabiar. Gran música, buenos intérpretes, un vino para charlar tranquilamente con los amigos tomando el fresco en los jardines de un castillo del siglo XIII... ¿Qué más se puede pedir? Pues que continúen en activo iniciativas como ésta y que se multipliquen todo lo posible a lo largo de nuestra geografía. La música sale ganando, y de paso todos nosotros.