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Número 42º - Julio 2.003


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DESDE LA MITOLOGÍA HASTA LA MÚSICA: ORFEO

 

Por Mª del Mar Gallego García. Profesora.

 

 

La mitología griega se inició, probablemente, hacia el año 3000 a. de C. con las primeras creencias religiosas de los pueblos de Creta, en el Mar Egeo, que consideraban que todos los elementos naturales estaban dotados de espíritus y que ciertos objetos tenían poderes mágicos. Estos habitantes de cultura mediterránea provenían de Asia Menor y se mezclaron con los pueblos europeos. El rey de Cnossos llamado Minos iba extendiendo su reino con los incipientes asentamientos, al mismo tiempo que sufría nuevas invasiones de diferentes etnias meramente europeas. Curiosamente, con estas últimas se dio un fenómeno de mezcla cultural  permitiendo, no sólo el mantenimiento de la riqueza de la cultura minoica sino también su engrandecimiento y ampliación. Pero esta tendencia terminó, hacia el siglo XV a. de C., cuando los aqueos arrebataron definitivamente el poder que se había mantenido en Creta originándose con el tiempo, de la síntesis entre ambas culturas, la civilización micénica que tomó de Creta la organización del panteón de los dioses y muchos de sus más importantes mitos.

 

La mitología se considera como la ciencia que se ocupa del estudio e interpretación de los mitos. También podría entenderse como una simple colección de mitos, que algunos han considerado no tan simple, y han igualado el mito a la palabra y la mitología a la lengua, de tal modo que para la comprensión de un mito es necesario conocer todos los que con él se relacionan, ordenarlos y ajustarlos adecuadamente. Los mitos sólo se entienden en relación unos con otros y formando un grupo unificado dentro de la cultura propia y peculiar de cada sociedad o de cada época.

La narración mítica cuenta el origen del mundo, de los hombres y de todas las actividades de la naturaleza y por eso su existencia se extiende a todas las culturas y se adhiere a lo más profundo de sus ideologías. Precisamente la universalidad de los mitos y las peculiaridades regionales de cada uno de ellos es lo que dificulta enormemente obtener una definición que se ajuste a todos los mitos y mitologías existentes. En cierta medida, se puede decir que el mito es una respuesta a los interrogantes más complejos y profundos del ser humano, a todo aquello que le asombra y entre los que se encuentran su origen, su futuro, la fuerza de la naturaleza, la organización de la realidad, los fenómenos fisioquímicos...

 Pero en el artículo de este mes, no quiero establecer una dialéctica sobre la procedencia y el significado de la mitología y los mitos, sino fraguar la relación existente entre ésta y la música, partiendo de la figura de Orfeo, magnífico héroe civilizador, a la vez teólogo, reformador de la moral y las costumbres, poeta y músico célebre. Según unas versiones, sus padres fueron la musa Calíope y el dios Apolo, de ahí sus especiales encantos artísticos. Otras leyendas afirman que sus padres fueron: Eagro, rey de Tracia, y la propia Calíope, o, según diferentes mitos, de nuevo Apolo y otra musa, esta vez Clío.

Se comenta que recibió una lira de Apolo, o de Hermes, a la que sumó dos cuerdas hasta un total de siete con las que tocaba ingeniosas y excepcionales melodías. La naturaleza al completo y, por supuesto, todos los hombres y dioses quedaban embelesados cuando le oían cantar acompañándose de sus instrumentos. Incluso las rocas se le acercaban para escucharle y los ríos retrocedían su curso con el mismo fin. Amansaba las fieras que se reunían a su alrededor. Además, su gran capacidad musical le resultó enormemente útil en diversas ocasiones: acompañó a los Argonautas en sus viajes y con ellos consiguió, haciendo uso de su voz, hazañas tales como mover su barco desde la playa hasta el profundo mar, separar dos islas errantes que impedían el paso de los navíos, liberar a los expedicionarios de los encantos mortales de las Sirenas...

Sin embargo, la ocupación del canto no era la favorita de Orfeo, personaje muy erudito y de inquietudes filosóficas, dedicándose por eso a investigar el mundo que le rodeaba. Tantos eran, pues, sus encantos y sabiduría, que muchas mujeres y ninfas le pretendían en matrimonio, si bien, solamente Eurídice, modesta pero encantadora, llamó la atención de Orfeo, quien se casó con ella y fue tiernamente correspondido a lo largo de su vida. Al casarse con ella, Orfeo protagonizó una de las leyendas de amor más conmovedoras de toda la mitología, en la que muchos compositores se han inspirado para crear bellas piezas musicales y operísticas.

Esta bonita y, al mismo tiempo, triste historia ha sido, fuente de inspiración de prestigiosos compositores como: Claudio Monteverdi, Ferdinando Paer (uno de los compositores principales  de la ópera de su período. Paer produjo su primera ópera, Orphée et Euridice, en Parma en 1791), Jean Roger-Ducasse, Luigi Rossi, Haydn, Offenbach (quién terminó más de noventa trabajos, siendo su primer éxito Orpheus en el mundo terrenal, 1858), Gluck... los cuales han creado composiciones musicales y óperas sobre la historia de Orfeo y Eurídice: “Orfeo, a pesar de su enorme pudor, decidió casarse con Eurídice, para lo que pidió permiso a Zeus, quien se lo concedió sin dudarlo. Su unión fue extremadamente feliz, pero poco duradera. Eurídice fue mortalmente mordida en el talón por una serpiente venenosa mientras huía de Aristeo quien la perseguía para tomarla por la fuerza. Orfeo quedó enormemente desconsolado y se propuso devolverle la vida pese a todo, por ello imploró a los dioses su devolución al mundo de los vivos.

Esta hazaña no tuvo ningún éxito, motivo suficiente para bajar a los infiernos y pedir la ayuda de Hades y de su esposa. En su andanza iba entonando bellas canciones sobre su profunda tristeza, las cuales ablandaron los ánimos de Hades: le devolverían a su amada, pero en su camino hacia el mundo de la luz no podría mirar atrás. La subida era lenta, ya que Eurídice aún estaba herida, pero cuando estaban a punto de conseguirlo, Orfeo sucumbió y giró la cabeza ansioso. En ese instante su esposa se desvaneció para siempre en el mundo de los muertos y Orfeo sólo pudo abrazar el vapor. La desgracia le cegó e intentó de nuevo penetrar en el reino de  Hades, pero Caronte, el barquero, se negó a transportarle de nuevo. Orfeo se quedó en las puertas del infierno siete días más, pero, al ver que no obtendría lo que deseaba, se fue.

A partir de entonces estuvo vagando por el desierto tocando su lira, encantando a piedras y animales, sin comer nada, y rechazando en todo momento la compañía humana. Terminó en una región de Tracia, donde muchas de las mujeres allí existentes intentaron desposarse con él pero no tuvieron éxito. Después, en venganza por los rechazos que sufrían, estas mujeres, durante unas fiestas en honor de Dionisio, acallaron con sus griteríos la voz de Orfeo para que no perturbara sus deseos asesinos, rodearon al héroe y lo mataron, despedazándolo”.

 Claudio Monteverdi, compositor del barroco italiano nacido el 15 de mayo de 1576 en Cremona, fue una de las personalidades que se sintieron atraíadas por la historia de Orfeo, componiendo así la partitura de su ópera L’Orfeo (1605), basada en el citado mito. Monteverdi supo hacer uso de su maestría para mostrar, desde las posibilidades temáticas del mito, las ventajas y alcances de los nuevos descubrimientos musicales, basados principalmente en las múltiples resonancias expresivas de una melodía bellamente adornada sobre un sustento de acordes por todo acompañamiento. Nacía así, para la historia de Occidente, la música melódica con acompañamiento armónico.

Para recrear el momento en que Orfeo suplica con su canto a Caronte que deje salir a su amada, Monteverdi escribe el arioso Possente spirto (mitad aria, mitad recitativo), colocado simétricamente en el centro de la ópera. Con el canto de Orfeo, Monteverdi nos muestra los profundos valores expresivos de la nueva música, en correspondencia con los estados anímicos que Orfeo necesita despertar en Caronte para conmoverlo.

Siguiendo con la misma línea, el músico, compositor, cantante y organista italiano, Luigi Rossi (1598-1653), creó una ópera para tan insigne personaje de la mitología griega: Orfeo (1647), realizada con gran éxito.

 

Retomando composiciones de célebres músicos, en el Teatro Municipal de Santiago, coincidiendo con el comienzo de la temporada, se recurrió a la ópera mencionada de “Orfeo ed Euridice” de Christoph Willibald Gluck (1714 - 1787), obra insigne del siglo XVIII y que marcó un quiebre muy relevante en la forma de componer y encarar el drama lírico, reforma que no se igualaría en magnitud hasta el siglo XX.

 

Cuando tenía catorce años, Gluck dejó el hogar para ir a estudiar a Praga, donde trabajó como organista. Pronto se trasladaría a Viena y Milán, dando lugar a  su primera ópera datada en 1741. La ópera Orfeo ed Euridice la escribió en 1762. Tenía una técnica para componer limitada, pero suficiente para las metas que él se había fijado. Su música podía producir una sensación de energía, al tiempo que serenidad, alcanzando la sublimación. Su importancia histórica se basa en el establecimiento de un nuevo equilibrio entre la música y el drama.

 

Y es que con su ópera, Gluck inicia un tremendo cambio que se puede observar tanto en Mozart como en Wagner, en Verdi o en Berlioz por igual. Hasta esos días, las óperas consistían en una especie de historia dramática de las hazañas y andanzas de héroes, en general mitológicos o clásicos, que se acompañaban con música casi incidental. La gran innovación de Gluck fue darle relevancia real a la música, generando partituras de alto contenido emocional y personajes más cercanos al público que sufrían por problemas que, eventualmente, podrían haberle ocurrido a quienes estaban más allá del foso.

El mito de Orfeo, gestado en la antigüedad griega, fue utilizado por la gran mayoría de los compositores antiguos y barrocos para alguna de sus obras, Monteverdi y Vivaldi entre otros muchos, pero fue Gluck el primero que puso al héroe a llorar sobre el escenario cuando pierde a su amada Eurídice, dando significado a la expresión “drama lírico”, con la que se denomina normalmente a las óperas.

 En la línea antes mencionada, se presentó recientemente en el Auditorio Manuel de Falla de Granada (enero, 2003) el drama de F. J. Haydn: “L’anima del filosofo, ossia Orfeo ed Euridice” en música con libreto de Carlo Francesco Badini. El éxito de la noche fue en parte gracias a la presencia del prestigioso Christopher Hogwood, conocedor profundo de la obra. Tras llevar al disco hace varios años la versión de referencia absoluta y presentarla finalmente en el Covent Garden de Londres con un retraso de más de dos siglos, la cuidada lectura del director inglés se basa en el perfecto ensamblaje de unas piezas que en ocasiones adolecen de cierta coherencia o sólido hilo narrativo.

 Joseph Haydn, compositor austriaco, nacido el 31 de marzo de 1732 en el seno de una familia católica de origen húngaro. Joven de carácter alegre y divertido que dio sus primeros pasos musicales de la mano de su padre, hasta que a los 6 años ingresa en la escuela coral de la Catedral de San Esteban, en Viena, donde recibió su única formación académica. Durante nueve años mantuvo esa participación y llegó a actuar de solista, dejando ese lugar a su hermano menor Michael, cuando los inevitables cambios de voz producto del desarrollo principiaron a hacerse evidentes y pasó varios años trabajando como músico independiente. Estudió los tratados de contrapunto y tomó algunas lecciones del prestigioso maestro de canto y compositor italiano Nicola Porpora. Trabajó como maestro de capilla y posteriormente para tres príncipes de la familia Esterházy. Además de las sinfonías, óperas, operetas de títeres, misas, obras de cámara y música de danza que el príncipe le encargaba, también hizo que ensayara y dirigiera sus propias obras, así como las de otros compositores. Un aspecto importante de su contrato después de 1779 fue la libertad de vender su música a los editores y de aceptar comisiones por ello. Como resultado, durante la década de 1780 su obra empezó a conocerse más allá de los límites de Esterházy y su fama se extendió considerablemente. Compuso sinfonías que gozaron de gran éxito; también escribió piezas corales, cuartetos, tríos del piano, sonatas del piano y canciones, música eclesiástica, así como óperas, entre las que destacamos L'anima del filosofo. Sus mejores óperas sabidas son "Acide y Galatea" y "Orfeo". Lo bautizaron como el "padre de la instrumentación", el "inventor de la sinfonía", el "creador de la música de compartimiento moderna".

Otra intérprete cautivada por el embrujo de Orfeo ha sido la contralto británica Kathleen Ferrier (1912-1953), quien se caracterizaba por ser reacia a los escenarios y prefería el recital. Tan sólo dos óperas atrajeron su fantasía irresistiblemente: Orfeo ed Euridice de C. W. Gluck y The rape of Lucretia de B. Britten, ambas afrontadas por vez primera en el Festival de Glyndebourne.

La Ferrier constituye un ejemplo de artista completamente entregada. Esa reluctancia al teatro se debió seguramente no tanto al miedo escénico o falta de confianza en sus facultades dramáticas, sino más bien a su carácter íntegro y a la profundidad con que concebía una actuación. Su manera de abordar Orfeo, un rol para el que se hizo cortar los cabellos con un aire masculino con tal de no usar peluca y aprender el italiano, nos habla de una apasionada profesionalidad gracias a la cual compuso una recreación legendaria.

 ¿En qué medida es Orfeo un ser humano o un genio al que los dioses acogieron para que amenizara el Olimpo? La respuesta la resuelve de algún modo Ferrier mediante un canto arcano, sin artificios, tan absorto en su calidad divina como inmediato a lo terrenal, para que Orfeo encuentre su más amplia expresión. Y precisamente para una figura emblemática de la última dimensión de la voz y su palabra, es decir, de la cualidad metafísica del canto como ventana hacia un mundo suprasensible, órfico. El encuentro de la gran Kathleen Ferrier en el papel del Orfeo de Gluck revela, por lo tanto, una asunción en la cual se conjugan a la perfección la excelencia de su adecuación vocal y estilística.

 Como hemos podido comprobar, la mitología ha sido y será fuente de inspiración de músicos, artistas, compositores...