Revista mensual de publicación en Internet
Número 42º - Julio 2.003


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EÖTVÖS, DE PICOS PARDOS...

Por Justino Losada Gómez.

          

El Mandarín maravilloso, como todo buen melómano sabe, es obra de gran importancia en el catálogo bartokiano. Estrenada en 1926 en Colonia, pone en escena a una prostituta que seduce alternativamente a un rufián, un inocente joven y un viejo mandarín, al que los dos delincuentes anteriores intentan desvalijar antes de que se largue y venza llevándose a la chica consigo. Pero aún así y sin saber que estaba "reservado el derecho de admisión" a los favores de tal mujer de vida disipada, a juzgar por la lucha y la negativa de esta, no consigue su cometido, siendo incluso apuñalado, ahorcado y, en definitiva, magullado hasta que su energía se agota y muere en los brazos de la ramera.

De sobra sabía Bartók, que en esta obra no sólo supo reflejar los miedos de la ciudad al oyente, sino que a la vez consiguió exponer los propios, dando muestra de ello en el sorprendente, nervioso y terrible arranque de la obra, sino igualmente en un incisivo retrato de magnitudes cinematográficas del trauma de una sociedad marcada por la Primera Guerra Mundial. Haciendo gala de una violencia sin igual, una estructura rítmica compleja, el misterio de sus músicas nocturnas aquí también presentes y una colorista instrumentación digna y propia de un virtuosismo exacerbado, el compositor pasa de ofrecer préstamos folklóricos para ahondar de manera personal en la oscuridad grotesca y amoral de los protagonistas de las injustas grandes ciudades, reales como la vida misma.

Es en esta versión donde el maestro húngaro Peter Eötvös firma una interpretación rotunda acorde a las exigencias del programa y bajo una estética más cercana al ballet que al ostracismo de las salas de conciertos. La Junge Deutsche Philharmonie muestra una claridad barroca ante las peticiones del director que sabe como nadie la naturaleza de esta música, elegante y lisonjero en las tres danzas de seducción de la ramera, tímido en la aparición del joven pretendiente (9:16), y paulatinamente feroz en las apariciones del mandarín que sabe afianzar a fuerza de "accelerandi" orquestales o de planos de metales que emergen como montañas de terror añadido (12:22). Peter Eötvös, como si una suerte de Georges Simenon musical fuera, conoce lo que piensa y hace cada personaje en todo momento, remitiendo el miedo, la incertidumbre o la malicia de estos en cada compás dirigido. De gran calidad igualmente, es la escena de la lucha entre el mandarín y la prostituta, llevada con excelente claridad en la asimétrica parte percusiva así como en el diálogo dividido de la cuerda que conforma una de las fugas más originales del siglo XX. La entrada del coro (que curiosamente no aparece detallado en el disco) ofrece un episodio de misterio palpable, el momento en que la cabeza del mandarín comienza a brillar, prolegómeno a la muerte de este.

Es realmente curioso como con obras como el Mandarín todavía Bartok intentara hacerse hueco como compositor, aunque el talante de esta fuera incómodo para su época. Con razón decía el violinista Joseph Szigeti que Bartók siendo uno de los compositores mas dotados de su generación, era el menos capaz de dar a conocer sus obras, de respaldar sus creaciones. Y si la sociedad era realmente dura ante cualquier atentado a las buenas maneras, su más fiel herramienta, el puritanismo reinante, le retiraría del cartel la representación, llamando para ello al entonces alcalde de Colonia y posterior padre de la Alemania moderna, Konrad Adenauer quien, respaldado por los sectores tradicionales incluyendo a la iglesia, tachó a la obra de antimoral y degenerada. Todo por defender una idea provocativa molesta pero realista. ¡Ni que fuera pornografía!

En comparativa con otras versiones, Eötvös ofrece una versión mucho más nerviosa y oscura que Claudio Abbado, pero menos detallada que la de éste, y por supuesto más fluida que la monolítica y referencial todavía para muchos, versión de Antal Dorati, única referencia durante varios decenios.

El concierto para orquesta fue una de las últimas obras del compositor junto al tercer concierto para piano y el inacabado concierto para viola, concluido por su alumno Tibor Serly.

Si algo llama la atención de la obra es su alto espíritu de la catarsis, entre el folklore y su estilo personal. No hay préstamos de la música popular húngara aquí, es su música la que es altamente húngara en estilo y espíritu vislumbrando la nostalgia por la patria lejana sentida por uno de sus exilados y moribundos habitantes. La idea de esta obra vino a raíz del encargo del director de orquesta Serge Koussevitzki quien le pidió la obra siendo este otro motivo más para dejar la ciudad que tan inhóspitamente le trataba y retirarse al campo donde así le podía arañar mas tiempo de vida a la leucemia y dedicarse tranquilamente a la composición.

De nuevo Eötvös ofrece su particular punto de vista sobre el Concierto, en este caso dirigiendo a la Gustav Mahler Jugendorchester en una grabación en directo de un concierto dado en la ciudad italiana de Bergamo. La lectura del mismo adolece del añejo nervio húngaro de un Reiner o un Fricsay, pero cala en un sentimiento parecido sin hacer turismo autóctono, nunca dejando de lado su exhaustivo sentido analítico, por lo que podemos decir que su visión queda a medio camino entre la exactitud metronómica de Boulez y el claro idioma de los magiares. Así, en esta situación privilegiada consigue hacer cantar a las maderas en el segundo movimiento "Giuoco delle coppie" (4:06) sin perderse en el delicado contrapunto de las mismas, ofrecer en la "Elegía" un apesadumbramiento nostálgico como Reiner, con profundidad, (3:33) pero sin caer en la banalidad como un desconocido Szell que parece esconderse en las nieblas del Balaton. La percepción de los temas pastorales (1:00) y la introducción de los mismos con la nobleza de las trompas (0:50) antes de la charanga Shostakovichiana en el "Intermezzo Interotto" o también el ofrecer un perfecto puntillismo, admirable en el "Finale" (8.25) como también en versiones como las de Jansons, Ozawa o Boulez, pero adoleciendo estas del típico sabor húngaro.

Respecto a la técnica de grabación utilizada, cabe decir que no es ninguna maravilla, ya que priman los graves y medios perdiéndose el brillo completo que una obra de estas características requiere.

Resulta extraño que el propio Eötvös diga que estas versiones fueron grabadas para ver lo que podían dar de sí orquestas juveniles, y la verdad es que ya quisieran numerosas orquestas de adultos profesionales, y con años de experiencia, tocar con la técnica y ganas de estos chavales, por lo que llegados a este punto y pese a las imperfecciones del audio un servidor recomienda encarecidamente estas excelentes versiones del novedoso sello BMC a cargo de uno de los directores más originales de los últimos tiempos.






REFERENCIAS:

BARTOK: El Mandarín Maravilloso, Concierto para Orquesta
Junge Deustche Philharmonie (Mandarín), Gustav Mahler Jugendorchester (Concierto)
Director: Peter Eötvös
BMC (Budapest Music Center Records) CD 085
 

Distribuidor en España: DIVERDI
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