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Número 39º - Abril 2.003


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BUENO, BONITO, BARATO

 

Jerez, Teatro Villamarta. 4 de abril. Gluck: Orfeo y Eurídice. Flavio Oliver, Beatriz Lanza, Ruth Rosique. Coro del Teatro Villamarta. Orquesta Manuel de Falla. Juan Luis Pérez, director musical. Francisco López, director escénico. Producción del Gran Teatro de Córdoba.

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

En plena campaña electoral -pronto habrá elecciones municipales en España-, los partidos políticos se cruzan acusaciones en torno a la financiación del Villamarta. Entre tanta discusión, el teatro jerezano continúa sin encontrar oxígeno: el ayuntamiento (PA, nacionalistas) sigue reduciendo progresivamente el presupuesto mientras que la Junta de Andalucía (PSOE, socialistas) se niega repetidamente a dar un sólo euro al que es uno de los más importantes coliseos de esta autonomía. ¿Cómo programar en medio de semejante situación? Pues aplicando la consigna de las tres bes: "bueno, bonito, barato".

Fíjense. Una obra maestra que no suele gozar de todas las representaciones escénicas que debiera, a pesar de su relevancia y de sus escasas exigencias en lo que a cantidad de voces se refiere. Tres estupendos jóvenes cantantes españoles. Un coro local de calidad discreta pero que sale gratis. Una solvente batuta de la casa. Una orquesta normalita sometida a un intensísimo régimen de ensayos. Un par de notables bailarines, clásico y flamenco respectivamente. Una antigua pero estupenda producción escénica que hizo en Córdoba quien es ahora director del Villamarta, es decir, el padre de todo este invento. El resultado, una inolvidable noche de ópera.

Orfeo y Eurídice de Gluck encontró en el sopranista Flavio Oliver un protagonista de excepción. Debería grabar el papel; lo hace muchísimo mejor que, pongamos por caso, el blandengue Derek Lee Ragin en la segunda versión de Gardiner. Dotado de una voz hermosa, extensa y -cosa rara en esta tipología vocal- muy homogénea, en Jerez hizo gala de una técnica irreprochable y de un gusto exquisito que no da pie a languideces ni amaneramientos. Por si fuera poco, la puesta en escena sacó buen partido de su admirable físico. La no menos atractiva Beatriz Lanza, pareja en la vida real de Oliver, encarnó a Eurídice con su instrumento sólido y bien timbrado, aunque quizá el estilo del clasicismo no sea lo que mejor le siente; de ahí quizá ciertas vacilaciones. Finalmente, un verdadero lujo contar con la ubicua Ruth Rosique (que lo mismo canta Marina que a Monteverdi) para el breve papel de Amore. Estuvo sencillamente perfecta en lo vocal y en lo escénico.

El jerezano Juan Luis Pérez hizo un trabajo esforzado, sólido y entusiasta. Ciertamente de esta obra maestra se puede sacar más partido -qué difícil es interpretar el Clasicismo-, pero la coordinación entre la Orquesta Manuel de Falla, solistas y coro fue excelente, imperó el buen gusto y todo estuvo en su sitio. Un acierto haber incluido bajo continuo, aunque el clavecinista no fuera gran cosa. Y una lástima no haber podido contar, por los referidos problemas presupuestarios, con la Orquesta Barroca de Sevilla, como era deseo del maestro. El coro se comportó muy dignamente en su dificilísimo y extenso cometido, aunque la cuerda de soprano gritara lo suyo.

Imaginativa y convincente la puesta en escena, muy superior al decepcionante Romeo "y Arteta" a cargo de los mismos nombres que comentábamos hace poco. Francisco López ubica la acción en una especie de cortijo andaluz a principios del siglo XX, e interpreta el mito como una alegoría de la necesidad de eliminar dudas y celos para poder gozar del amor. Toda la narración es, así, un sueño del protagonista durante la ceremonia nupcial, que finalmente se celebra a los sones del ballet incluido por Gluck en la edición parisina de la partitura. Muy hermosos los decorados y el vestuario de Jesús Ruiz, en el que fue precisamente su primer trabajo con Francisco López.

Mencionemos finalmente la originalidad de incluir danza española (que no exactamente "flamenca") y danza clásica en la obra, a priori una opción de lo más chirriante y a la postre todo un acierto. El cubano Domingo Rojas y el cordobés Antonio Alcázar estuvieron estupendamente. Seguramente no se ha bailado nunca de manera tan original la "danza de las furias".  El público, encantado. Lo dicho: una gran noche de ópera. Y barata. Que tomen nota los que andan por ahí gastándose millones.