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Número 37º - Febrero 2.003


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A LA FRANCESA

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum. 

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 25 de enero. Recital de Jean-Yves Thibaudet, piano. Chopin: Dos nocturnos Op. 9, nº 1 y nº 2. Dos estudios Op. 25 Nº 1 y Nº 3. Gran Vals brillante Op. 34 nº 2. Gran Vals brillante Op. 18. Liszt: Fantasía casi sonata "Después de una lectura de Dante". Debussy: Tres estudios. Satie: Gymnopédie nº 1, Gnossienne nº 7, El pez soñador. Messiaen: XX Mirada de las "Veinte miradas sobre el Niño Jesús".

En 1993, un ya prestigioso Jean-Yves Thibaudet era el solista de lujo con que contaron Riccardo Chailly y la Filarmónica de la Scala para interpretar en Sevilla la Sinfonía Turangalila de Messiaen. El concierto se saldó con un éxito apoteósico entre el público (no muy abundante: por entonces se hacía asco a todo lo que sonaba contemporáneo), pero la presencia del pianista galo pasó un tanto inadvertida dada la mastodóntica naturaleza de la partitura. Diez años después, el Maestranza le ha invitado para protagonizar un recital en solitario. Bien merecido se lo tenía.

El resultado ha respondido punto por punto a lo que podíamos prever teniendo en cuenta las maneras de hacer de Thibaudet. Su pianismo se entronca en gran medida con lo que, un tanto tópicamente, entendemos por "estilo francés": elegancia, sentido muy desarrollado del color, sensibilidad delicada más no frágil ni afectada, y cierta indolencia expresiva, cierto distanciamiento emocional, lo que no debemos confundir con frialdad. Así las cosas, las cosas funcionaron sólo bien en la primera parte y maravillosamente en la segunda.

El Chopin de Thibaudet es bastante insólito, por abstracto, sobrio y ajeno a las "confesiones íntimas" de la partitura. Es decir, un Chopin más especulativo que emocionante. No convenció, pues. La Fantasía Dante de Liszt permitió al pianista desplegar un increíble arsenal de recursos técnicos, y en este sentido estuvo deslumbrante. Expresivamente, se trató de una lectura intensa y sólidamente trazada, pero nuestro artista volvió a demostrar que la mejor sintonía no la establece con el desatado mundo de las pasiones románticas, sino con las abstracciones del impresionismo y sus derivados.

Excelentes, como era de esperar, los Estudios de Debussy, y mejor aún las piezas de Satie, autor que, como explicamos en este mismo número a propósito de su reciente disco, recrea de manera formidable. Pero donde alcanzó el cielo fue en la vigésima de las Miradas sobre el Niño Jesús de Messiaen, desplegando una miríada de colores y una asombrosa gama dinámica en una interpretación intensísima y visionaria. Propinas de Wagner-Liszt (la muerte de Isolda), Mompou y Debussy cerraron este espléndido recital, calurosamente aclamado por un público en el que sobraban unos cuantos tosedores y teléfonos móviles.