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Número 34º - Noviembre 2.002


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TRES SAINETES PICARESCOS

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum. 

Jerez, Teatro Villamarta. 14 de noviembre. F. A. Barbieri: El hombre es débil. Los dos ciegos. El niño. S. Chávez, R. Muñiz, L. Álvarez, M. Abascal. Ensemble de Madrid; F. Poblete, director. F. Matilla, director de escena.

En el número anterior dábamos cuenta de una fallida Verbena de la Paloma ofrecida en el Teatro Villamarta. Pues bien, el mismo -o casi el mismo- equipo de artistas ha acertado ahora en una amena velada compuesta por tres "sainetes picarescos" de Francisco Asenjo Barbieri: El hombre es débil (1871), Los dos ciegos (1855) y  El niño (1859). Música a todas luces menor pero agradabilísima de escuchar, que sin duda merecía la recuperación que ha efectuado Ópera Cómica de Madrid. Con respecto al título de Bretón, se ha notado -para bien- la ausencia del director musical Luis Remartínez. En lugar de orquesta, aquí nos hemos encontrado con un excelente conjunto de siete instrumentistas que, bajo el liderazgo de Fernando Poblete, recrearon con buen gusto, calor expresivo y mucho salero las melodías salidas de la feliz inspiración del autor de El Barberillo de Lavapiés.

Grata sorpresa encontrar en relativamente buenas condiciones al tenor Ricardo Muñiz, que a pesar de evidenciar sus conocidos problemas de afinación se mostró más seguro que de costumbre y altamente entregado, amén de muy desenvuelto como actor. Igualmente mejoró Soraya Chávez con respecto a su última actuación, si bien nos tememos que ya ha dejado de ser esa magnífica promesa de hace años para conformarse, simplemente, con ser una muy digna mezzo, dotada de una buena voz. Estupenda en su breve intervención Mar Abascal, otro de los nombres habituales del Villamarta. Y sencillamente genial Luis Álvarez: no nos cansaremos de subrayar que, junto a unas ya no óptimas pero sí dignas cualidades canoras, se trata de un actor de primerísima fila que es capaz de recrear los personajes más diferentes extrayendo todas sus posibilidades. Dotado, además, de una estupenda vis cómica basada antes en la elegancia que en la sobreactuación, su presencia en el escenario supone un regalo impagable.

La puesta en escena de Francisco Matilla -aquí también actor ocasional- era tan ortodoxa y convencional como siempre, pero al no tener esta vez que lidiar con movimientos de masas, y contando con actores de alto nivel medio, las cosas le funcionaron más que bien. Hemos de suponer, además, que su labor como adaptador de los libretos ha paliado sustancialmente las debilidades de los originales. En fin, una muy entretenida y agradable velada zarzuelística. Así sí se hace justicia al género.