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Número 28º - Mayo 2.002


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UN NUEVO TRIUNFO


Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 30 de abril. B. Britten: La violación de Lucrecia. S. Roberts, S. Bullock, G. Moses. D. Rubiera, A. Golder, A. Vavrille, A. M. Owens / G. Sborgi, R. Rosique. Orquesta Ciudad de Granada. J. Webb, director musical. D. Abbado, director escénico. Producción del Teatro Carlo Felice de Génova.

Por Fernando López Vargas-Machuca.

Ha sido una magnífica temporada lírica la que ahora concluye con La violación de Lucrecia. De hecho, sólo el rancio Trovatore inaugural empaña el alto nivel global alcanzado: Andrea Chénier, La flauta mágica, Lo Speziale (Haydn) y Elektra han colmado -aun no siempre por igual en los planos musical y escénico- las más exigentes expectativas que se pueden despertar en un teatro cuyo presupuesto es muy inferior al de los grandes centros operísticos españoles. Motivos para la satisfacción, pues, que se duplicarían si la coordinación entre ciertas autoridades políticas y la dirección del Maestranza fuera más fluida.

Y es que existe un desencuentro en lo que a los planteamientos ideológicos de la temporada lírica respecta. Desde esta tribuna hemos de reprochar abiertamente a quienes han obligado al teatro a abortar la ya muy avanzada preparación de determinados espectáculos y a decir adiós a las grandes estrellas previstas para los mismos en función del conservadurismo de los títulos: no se puede improvisar sobre la marcha, y menos aún dar una mala imagen ante cantantes de primera. Pero, una vez dicho esto, hemos de apostar precisamente por una decidida apertura del Maestranza hacia la creación, si no rigurosamente contemporánea, sí al menos del siglo XX, y por descontado hacia el aquí olvidadísimo repertorio barroco. El tremendo éxito de Elektra y de esta Violación de Lucrecia no hacen sino poner las bases de lo que debe ser una decidida apuesta por la apertura de los horizontes. Una apertura, eso sí, planificada con tiempo y coherencia, y no impuesta desde arriba, sino trabajada codo con codo.

Lo mejor de esta producción ha sido la puesta en escena. Daniele Abbado, hijo de Claudio, ofreció el planteamiento dramático más rigurosamente contemporáneo visto hasta ahora en la sala grande del Maestranza. Su propuesta fue sobria y conceptual, atenta a las referencias del teatro clásico grecorromano que marca Britten, sabia en la utilización de modernos recursos audiovisuales como las proyecciones videográficas, y de un extraordinario atractivo en su vertiente plástica. Cayó quizá en alguna que otra obviedad, como la identificación del déspota Tarquinio con Hitler, pero hubo aciertos diversos. Por ejemplo, ofrecer una dimensión más humanista -y por ende abierta- que católica del mensaje de la obra, si bien la imagen final de Lucrecia, que no dejaba de recordar a la crucifixión de San Andrés, respetaba su componente cristiano. 

El joven Jonathan Webb realizó una eficaz labor al frente del muy notable grupo de trece solistas de la Orquesta Ciudad de Granada, logrando mantener la tensión a lo largo de una partitura marcadamente irregular, en la que sobre un flojo libreto se alternan momentos extraordinarios y pasajes escasamente inspirados. Por lo que al elenco respecta, destacó por méritos propios la soprano barcelonesa Ruth Rosique -en el papel de Lucia, la criada-, un nombre en imparable ascenso que seguramente dará mucho que hablar. Irregular pero muy notable la Lucrecia de Annie Vavrille. El resto alcanzó un estimable y homogéneo nivel, con la salvedad del tenor Simon Roberts, que en sus numerosas intervenciones -era el Coro masculino- se le escuchó con dificultad y evidenció una técnica bastante precaria.

Una nota final. Con veinticuatro horas de antelación hubo de buscarse una sustituta para la mezzo Gabriela Sborgi, cuyo instrumento padecía un afección. Pues bien, no fue problema para las autoridades del teatro -y concretamente para el director de producción- encontrar una sustituta de altura: Anne Marie Owens cantó en el foso, y de manera excelente, el papel de Bianca, mientras la italiana realizaba la actuación escénica, resultando una especie de playback a lo Don Giovanni-Leporello. La rapidísima y excelente sustitución es una nueva muestra de la capacidad del Maestranza para congregar buena "materia prima". Es de esperar ahora que tales dotes se utilicen para emprender un nuevo rumbo en el que la ópera no se reduzca a títulos italianos, franceses y alemanes del siglo XIX. La opción es ya inexcusable.