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Número 25º - Febrero 2.002


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DE TODO UN POCO

Por Asier Vallejo Ugarte. Estudiante de piano.


Puente del ayto. de Bilbao, por Veit Ebermann

Bilbao, Palacio Euskalduna, 31 de enero de 2.002. W. A. Mozart: Sinfonía nº 35 en Re M, KV 385 "Haffner". E. Grieg: Concierto para piano y orquesta en la m, op16. B. Bartok: Concierto para orquesta. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Michail Jurowski, director. Louis Lortie, piano.

Bilbao era la noche del 31 de enero una villa nerviosa, pendiente de un resultado de fútbol. Hacia ya muchos años que el Athletic no llegaba a una final de una competición la que era y es el rey; porque, aunque los catalanes del Barcelona tengan más, la Copa del Rey es patrimonio de los bilbaínos. No es fácil que un partido levante tanta expectación, y eso se hizo notar en el Palacio, en el que se hallaron muchas butacas vacías.

El Athletic plantó cara al Madrid en aquella semifinal jugada en un abarrotado Santiago Bernabeu. El supuesto mejor equipo del mundo (no lo es, pero así se nos vende. Nota añadida por el editor: El Madrid probablemente tiene la mejor plantilla del mundo) pasó los primeros 45 minutos contra las cuerdas, ante once jugadores vestidos de camiseta rojiblanca que buscaban un empate que les daría la clasificación para la final; y lo dicho, la primera parte del partido fue para el Athletic, pero para desgracia de los que amamos a este equipo, un despiste defensivo de los bilbaínos tuvo como consecuencia un gol en propia meta de Larrainzar al comienzo de la segunda parte, que representó el inicio del fin. Los blancos se crecieron mientras que nosotros fuimos a menos. El resultado: 3-0. Una pena, el Athletic apeado, y el Madrid a la final.

En fin, el editor de esta revista tendrá razones de peso para pedirme que me centre en el concierto, que es por lo que me cede este espacio.

Insistimos en que la Sinfónica de Bilbao cumple este año ocho décadas. Es la suya una historia larga, dura, trabajada… Y muchos esperamos que esto no signifique la culminación, porque a veces se da esa impresión. Aquel día, concretamente, daba la impresión de que incluso los músicos estaban más preocupados por el partido que por el concierto. Parecían estar allí obligados, lo que podría ser comprensible, pero es con ganas y con ilusión como se alcanzará esa culminación y esa justa recompensa al trabajo realizado durante todos estos años. Si se toca, como parece ser, tan sólo para ganarse el pan, pues Bilbao no podrá nunca presumir de tener una de las mejores orquestas; tan sólo podrá presumir de orquesta, que no es poco, pero insuficiente.

El programa de aquella noche era rico en contenido; los siglos XVIII, XIX y XX estuvieron representados en aquel concierto.

Para abrirlo, los profesores de la Sinfónica nos brindaron las notas de la sinfonía "Haffner" de Mozart, pensada inicialmente como serenata, con motivo de la celebración del ennoblecimiento de la familia que lleva el nombre de la obra. La obra cumple las características de toda obra sinfónica del compositor austríaco: alegre, brillante, fluida, divertida, y melódica y rítmicamente fácil de escuchar, de estructura clásica (Allegro, Andante, Minueto, Finale: Presto). Lo cierto es que estas obras que acostumbran a abrir los conciertos siempre resultan más largas que lo que realmente son, ya que se espera con ansia al solista que vendrá a continuación. La dirección de Jurowsky, director de la Ópera de Leipzig, fue discreta y desganada, sin transmitir ese estado alegre que, como comentábamos, define a esta sinfonía.

A continuación, Louis Lortie y la orquesta interpretaron un sorprendente concierto en la menor de Edwar Grieg. Este concierto, hermano menor del de Schumann escrito en la misma tonalidad, fue compuesto por el compositor noruego en un periodo vacacional, en Dinamarca. La obra, publicada en 1.872, es garantía de éxito, una auténtica obra maestra, inmensa, espectacular, brillante, una síntesis magistral de elementos post-románticos con elementos extraídos del folklore escandinavo. Resumiendo, una obra a la que solamente cabe elogiar, desde cualquier punto de vista.

El pianista Louis Lortie, estrechamente unido a la Orquesta Sinfónica de Montreal (localidad de la que es natural), se ha caracterizado por elegir para sus interpretaciones ciclos de compositores en particular. Durante la ejecución del concierto de Grieg, llamó la atención el buen entendimiento con el director, siempre dentro de un tempo más precipitado de lo normal en esta obra. El sonido que extrajo del instrumento fue interesante, aunque ocasionalmente demasiado brusco y duro, y demostró tener un buen dominio de la técnica pianística, a pesar de que se le escaparon varias notas falsas, sobre todo en la cadencia del primer movimiento, que es de una dificultad extraordinaria. La dirección, ya lo hemos dicho, estuvo debidamente compenetrada con la ejecución del pianista, a pesar de que la orquesta no supo sacar ese sonido nórdico y expresivo que exige la partitura. Los solistas de ésta, sin embargo, resolvieron con nota sus papeles, en especial la flauta solista del tercer movimiento.

Por último, una orquesta mejorada y con más entusiasmo (menos mal) llenó la sala de armonías opulentas y de sonidos propios del espíritu húngaro. El concierto para orquesta de Bartok es, como la anterior, una obra maestra. Un mundo radicalmente distinto del descrito por Grieg, pero igualmente fascinante. Bartok lo compuso por encargo de la Fundación Kusevitzky, en verano de 1.943, y se estrenó en el Symphony Hall de Boston, con un éxito arrollador. Se afirmó en su día de esta obra que era lo mejor escrito hasta entonces por un músico húngaro; incluso se la llegó a calificar como la más grande del siglo XX a nivel mundial. Siendo una obra compuesta para lucimiento de la orquesta, la de Bilbao cumplió adecuadamente con su papel, sin sentar cátedra, porque hubo graves deslices (a veces uno no encontraba a los viento madera, otras veces los metales hacían su propia obra), pero convenció, y fue aplaudida con entusiasmo. El director, que tampoco dejó una huella imborrable, se mostraba visiblemente satisfecho con el trabajo realizado. Bien.

En el metro, de regreso a casa, me lamentaba por el escaso entusiasmo mostrado por la orquesta. Pensaba que ésta podía dar más de sí, que era capaz de sonar mejor y de ascender a un mayor ritmo. Hace poco, nos dio una gran sorpresa con un Sinfonía Fantástica de Berlioz realmente ensoñadora, y muchos tenemos la esperanza y la convicción de que aquello no fue un espejismo, que fue la confirmación de una orquesta.

Cuando llegué a la estación de Lutxana (la primera que no está bajo tierra), puse el Walkman para seguir el partido; desgraciadamente, las primeras palabras que escuché fueron: "Ia errepikapena berriro ikusten dugun, baina Aranzubiaren hutsa ikaragarria izan da". Traduzco para los que no sepan euskera: "a ver si vemos la repetición, pero el error de Aranzubia ha sido garrafal". Aranzubia era, efectivamente, el portero del Athletic.