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Número 23º - Diciembre 2.001


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RÉQUIEM POR VERDI 

Por Ignacio Deleyto Alcalá. Lee su Curriculum.



Terminaremos el año Verdi con el comentario de una grabación realizada para conmemorar  el centenario de su muerte: la Messa da Requiem dirigida por Claudio Abbado el pasado Enero en Berlín. Ahora, EMI CLASSICS publica este registro que contó con la participación de la Filarmónica de Berlín, tres coros (entre ellos el Orfeón Donostiarra), y un cuarteto solista formado por Angela Gheorghiu, Daniela Barcellona, Roberto Alagna y Julian Konstantinov (EMI CDC 57168 2). 

Muchos rumores y especulaciones surgieron a raíz de la enfermedad de Abbado mantenida en secreto hasta hace bien poco. Fue la retransmisión del tradicional "Silvesterkonzert"
desde Berlín el 31 de Diciembre la que destapó el estado de salud del director italiano. Abbado aparecía ante las cámaras de televisión demacrado, pálido y con una espectacular pérdida de peso. Muchos agoreros proclamaron un desenlace que afortunadamente no se ha cumplido. Claudio Abbado -que pertenece a la generación de Carlos Kleiber y Zubin Mehta- aún no ha alcanzado los setenta años y, por tanto, está en un periodo vital en el que todos los grandes han sido muy fecundos.

El caso es que Abbado padecía un cáncer de estómago responsable de la enorme desmejora en su estado de salud. Tras una operación en la que se le extirpó casi todo el estómago, Abbado está ahora fuera de peligro,  ha ganado peso y ha vuelto a su frenética actividad. Se ha comentado que este año está siendo uno de los mejores en la relación orquesta-director. El periódico alemán Die Zeit ha llegado a decir que “la era berlinesa de Claudio Abbado está, desde el punto de vista musical, en su zenit”. Pero esto se acaba...

Como se sabe, el director italiano abandonará la titularidad de la orquesta berlinesa el próximo año. Algunos se apresuraron a comentar sobre la voluntaria decisión de Abbado de abandonar la orquesta alemana. Se le llegó a acusar de anteponer su interés por el esquí (!!) a la música aunque el detonante fue seguramente el avance del tumor que padecía que, por entonces, presagiaba un futuro incierto.  

Pero entremos ya en el comentario de este doble disco. El Requiem de Verdi ha estado muy presente a lo largo de la trayectoria musical de Claudio Abbado. Además de varias versiones como la de Roma de 1970 o la de Edimburgo de 1982 (sólo en vídeo) las más difundidas son las que tiene para el sello amarillo: la primera en estudio con el Coro y la Orquesta de la Scala de Milán (1980) y la segunda, grabada en directo, con el Coro de la Ópera de Viena y la Filarmónica de Viena (1991), la primera incomprensiblemente sin pasar a serie media todavía. Se ha considerado a la segunda superior a la primera que con las fuerzas de la Scala de Milán es una lectura que no termina de despegar: el coro suena frío y desmotivado y el cuarteto solista (todo grandes nombres) resulta discreto salvo Katia Ricciarelli y la Verrett que están bien. Domingo no es él ni su sombra y a Ghiaurov lo encontramos en mucha mejor forma en la primera versión de Giulini o las de Karajan (en la Scala, 1967 o Berlín, 1972). 

EMI ya contaba en catálogo con varias grabaciones del Requiem de Verdi, entre ellas, la clásica de Giulini del 64, la dirigida en 1970 por Barbirolli poco antes de morir y la de Muti de 1987. Ahora, se suma la de Abbado en una ocasión muy especial. Para empezar, debemos decir que el hecho de ser en vivo hace que la obra mantenga una tensión y una coherencia dramática que casi nunca se consigue en los estudios de grabación. Los pequeños desajustes habituales del directo son el pequeño precio a pagar por la inmediatez que da el vivo.   

          

El cuarteto solista es de lo mejor que se puede reunir hoy en día, dicho esto con ciertas reservas. Angela Gheorghiu, a la que se le ha oscurecido algo la voz, cada vez canta mejor con una mayor amplitud en su instrumento y un fraseo envolvente. Alcanza unos agudos etéreos, muestra un fluido contraste forte-piano y una gran expresividad, no exenta de cierta afectación (menos acusada en una obra espiritual como ésta). Su “Libera me”, matizado y de agudos casi celestiales, es buen ejemplo de esa teatralidad. En el famoso momento a solo con el coro, asciende bien al Si bemol sobreagudo sobre la palabra “Requiem” aunque no contemple las cuatros pppp de la partitura (para eso hay que ir a Caballé, Schwarzkopf o Freni, todas en estudio, claro). Su frase final “Libera me, Domine, de morte aeterna in die illa tremenda” pronunciada con un susurro aterrador como en estado de transfiguración, nos recuerda esa capacidad escénica que sólo una Callas poseía (cantante que incomprensiblemente nunca llegó a registrar esta obra cumbre de Verdi). 

La mezzo Daniela Barcellona, rossiniana de pro, llegó a Berlín procedente de Oviedo donde había hecho una extraordinaria “Isabella” en L’Italiana in Algeri de Rossini. La mezzo es una cantante muy dotada, con facilidad para la coloratura, de potencia y calidez en su canto. Su “Liber scriptus” es un buen ejemplo de su bien hacer: adecuado vibrato, delicadeza en los ataques, expresividad y profundidad. Sin embargo, suena poco verdiana. Es quizás demasiado lírica para la parte y, en consecuencia, a veces no hay suficiente contraste con la soprano. A pesar de esto, el "Recordare" es de gran factura. 

Alagna por su parte es el tenor lírico de siempre, muy musical, con una bella media voz, apianando con clase y unos agudos bien realizados aunque se le note algo justo. Su “Ingemisco” es de muchos quilates, muy italiano,  aunque no llegue a la simple y demoledora naturalidad de Pavarotti (Solti I) que no tiene rival; sólo Carreras  se le acerca (Karajan, 1984). La frase inicial del “Hostias” es portentosa, de una belleza arrebatadora con un comienzo en piano que va creciendo en intensidad con la voz perfectamente colocada hasta el trino final bien realizado y todo ello en directo. 

Julian Konstantinov es un bajo búlgaro, país que nos ha dado grandes bajos de tradición verdiana como Ghiaurov y Christoff (del que existe un documento salzburgués con Karajan de 1949). A pesar de cantar con autoridad y revelar un instrumento capaz, es el más flojo del cuarteto. Muy en su sitio en el “Mors stupebit”, en el noble “Confutatis” su voz resulta demasiado nasal y algo temblorosa. En “Oro supplex et acclinis...” Konstatinov  nos muestra una bella línea de canto en esta frase típicamente verdiana pero, en conjunto, su lectura no está a la altura de las clásicas de Ghiuarov o Talvela, no del gusto de todos pero grande y único como siempre.

Los coros suenan bien conjuntados tanto en los pasajes piano, con una perfecta y clara dicción, como en los momentos en los que hay que cantar como si se estuviera ante el mismísimo abismo. Excelente proyección internacional para el centenario Orfeón Donostiarra dirigido por J. A. Sainz Alfaro que esperemos siga colaborando con Abbado y otras batutas de prestigio como ya ha venido haciendo en los últimos años.

Abbado hace una lectura preciosa y precisa: al mismo tiempo dramática (aunque sin caer en el puro efecto teatral como Solti) e introspectiva con momentos de gran refinamiento orquestal como el “Hostias”o el “Lux aeterna” donde Abbado muestra a la perfección su maestría en la dirección de las voces. En todo momento, se percibe la intensidad y el dramatismo de una interpretación en vivo. 

En definitiva, completa versión, de mucho interés y con un sonido espectacular. Buena presentación aunque sin acoplamiento por lo que debiera salir a precio a medio y no a precio alto como se anuncia.