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Número 12º - Enero 2001


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UNA GOLDBERG, POR FAVOR.

Por Antonio Pérez Vázquez. Lee su curriculum.

Esa frase bien podría valer para un anuncio de cerveza, pero no es así. El nombre de Goldberg se asocia a una de las mejores creaciones que tuvo Bach en su extensa carrera: las variaciones Goldberg.

Francamente, al leer la historia que rodea a la composición de esta obra no pude evitar esbozar una sonrisa y pensar hacia mis adentros: "ya tengo el artículo de este mes". La historia llegó a mis manos a través de un amigo mío al que saludo y agradezco desde aquí la oportunidad que me ofrece para hablar de algo de música con un mínimo de fundamento que no se reduzca a la carátula de un CD (y que encima no tengo).

Entrando en materia, "las variaciones Goldberg" se llaman en realidad "Aria con Diversas Variaciones para el Clavicémbalo con 2 manuales" un nombre que no deja ningún tipo de duda sobre lo que ofrece, digamos que deja muy poco a la imaginación. El conde Hermann Carl von Keyserlingk fue el que encargó a Bach la composición de esta pieza. Curiosamente, el conde tenía una relación bastante mala con Morfeo. Más que mala podría decirse que era inexistente. En una palabra, el conde padecía insomnio.

El nombre Goldberg, Johann Gottlieb Goldberg para ser exactos, corresponde con el clavicembalista que debería ejecutar la obra para el conde. Era muy joven, ya que sólo tenía catorce años, lo que quiere decir que por las noches dormiría como un bendito. Seguro que la idea de tocar por las noches no le haría demasiada gracia. La balanza del sueño se equilibraría de modo inverso, uno ganaría el sueño perdido y otro perdería el sueño ganado. Lo que son las cosas.

Se me olvidó mencionar que el maestro de Goldberg era el propio Bach. Sin lugar a dudas la historia tiene toda la pinta de ser una confabulación para dejar al pobre chaval sin dormir por las noches. Me imagino al pobre muchacho tocando por las noches mientras Bach le decía "es bueno para tu carrera". Mejor no pongo lo que pensaría el joven clavicembalista en esos momentos de vigilia (no hace falta tener mucha imaginación, sólo saber un poco de alemán y estar cabreado).

Daba la casualidad que el conde era casualmente el embajador de Rusia en la corte de Dresde, cargo que permitía pagarse algún que otro caprichito, a parte de las noches musicales. Bach percibió por este encargo el salario correspondiente a un año entero de trabajo. Y según se cuento Bach trabajaba mucho. Seguro que se compró un carruaje con muchos caballos (un deportivo, ya me entienden). La influencia del conde también influyó en la carrera de Bach, aunque de eso ya hablaré en posteriores entregas (no puedo gastar el filón en un solo artículo).

La cantidad exacta que percibió Bach por el encargo fue de 100 Luises de oro, algo así como 300 Pedros de Plata y 500 Carlos de oro. Los Luises debieron tener mucho poder en aquella época. Menudo chollo, llamarse como el dinero.

Bromas a parte, la pieza que compuso Bach ha pasado a la historia como una de las más bellas y se incluye con bastante frecuencia en los programas de conciertos de todo el mundo.

El pobre Goldberg tuvo que sacrificar un montón de horas de sueño para poder destacar en el mundo de la música (aunque cuanta la leyenda de que era muy bueno, antes de trasnochar). En nuestros días su vida hubiera llevado otros derroteros sin duda. Hubiera orientado su carrera en otro sentido, hacia el mundo de los piano-bar. Seguro que con la experiencia acumulada en ese tipo de actuaciones se hubiera forrado. El único problema sería encontrar un rótulo lo suficientemente grande como para que cupiese "Goldberg, posiblemente el mejor clavicembalista del mundo". Aún estoy sorprendido de que no me salte el corrector ortográfico cada vez que escribo clavicembalista.

Seguro que el de la tienda de letreros luminosos se escandalizaría y diría una frase como "yo no trabajo con gente de ese tipo", o algo como "tengo que guardar mi reputación".

Otra posible salida en el mercado laboral actual sería una clínica de relajación anti-estrés. Seguro que queda vivo algún pariente del conde que necesite contratar los servicios de "aquel muchacho tan simpático que consiguió curar a mi tataratataratatarabuelo (calculen el número de tatara teniendo en cuenta que 1741) de su insomnio" la aristocracia ya no es lo que era, pero sigue teniendo sus pequeños vicios.

Habitualmente, cuando se habla se música clásica en círculos apócrifos (por los que yo me muevo) se asocia la música clásica con la hora de la siesta. Resulta de lo más chocante comprobar que "las variaciones Goldberg" gustan muchísimo y provocan muchas sensaciones, menos la de sueño.

P.D. Quisiera felicitar el año nuevo a todos los lectores de la revista, más concretamente a los que leen mi sección. Por supuesto, los demás no leerán estas líneas.

¡Feliz 2001 a todos!